Los designios de una herencia despilfarrada

Los designios de una herencia despilfarrada

Las grandes herencias normalmente han dejado en las familias ondas de miseria, peleas internas, fortunas arrasadas y vidas desperdiciadas. Algo  parecido le ha pasado a la humanidad con los combustibles fósiles, joyas energéticas creadas por la condensación, durante miles de años bajo tierra, de un pasado vegetal abundante que ahora escasea. La evidencia de un desequilibrio climático y ecosistémico causado por la quema de estas joyas ocupa titulares en todo el mundo, evidenciando cuán valiosas y peligrosas eran y la vertiginosa velocidad en que las despilfarramos.

Las voces de científicos, académicos, activistas y comunidades de múltiples esquinas del planeta se elevan y claman por dejar esta “valiosa” herencia en el subsuelo, antes de que su búsqueda y extracción acaben no solo con la familia humana, sino con el resto de seres vivientes. Este llamado es calificado de ridículo por la mayoría de gobiernos y por las clases pudientes: “volver a las cavernas”, “desconocer lo avanzado”, “llevar al mundo a la pobreza”. Y como sucede en las mejores familias, aquellos que se han acostumbrado a vivir del dinero fácil de la herencia, se rehúsan a abandonarlo y aún más a compartirlo.

Y es que ha sido el suntuoso, despilfarrador y elitista consumo del 10% de la población mundial más rica, el causante de la mitad de las emisiones que han ocasionado la catástrofe ambiental que empieza a mostrar sus garras. Otro 40% de la población del planeta, que habita principalmente las ciudades, alimenta esta lógica suicida de mercados globales, deseos insaciables, gobiernos corporativos, despilfarros energéticos, obsolescencias programadas y desechos industriales, muchos a perpetuidad.

El 50% restante de la población ni siquiera sabe que una “huaca” fue extraída de la tierra con la que se relaciona a diario, o si lo sabe, no se cree merecedor o no está interesado en su uso. Esa gran  población, rural en su mayoría, que vive con sistemas de vida casi preindustriales y que es tratada como paria, como hija no deseada, será quien se enfrente de forma más aguda a un riesgo que crece exponencialmente día a día, pues la quema de combustibles fosiles y su sistema desbordado  adyacente, está produciendo el equivalente calórico a lanzar 4 bombas atómicas de Hiroshima por  segundo desde 1998 (Church et al., 2011). 

A pesar de esta aterradora realidad ya medida, comprobada y denunciada, el motor global economicista, tecnológico, suntuoso y profundamente injusto se rehúsa a parar; ahora, con la bendición social del mediático “mercado verde”, crea la ilusión de poder continuar sosteniendo ese mortuorio y poco inteligente aparataje. De Chile se extrae el litio que se transporta, con el carbón de Colombia, hasta China (Urrutia, 2021), en donde se produce una batería de litio de fácil desecho que se instala en un carro eléctrico manufacturado en Noruega, que es de nuevo transportado hasta Chile para venderse como un “carro ecológico” de uso particular. 

Si lográramos tener una conciencia colectiva mundial, responsable con los daños ya causados al resto de seres vivos que habitan y habitarán el planeta por los próximos siglos y milenios, aceptaríamos detener de manera inmediata esa máquina enloquecida que produce desequilibrios, desplazamiento, muerte y que ni siquiera beneficia a la mayoría de la humanidad. Seguramente nos volcaríamos hacia la ruralidad o hacia otro tipo de ciudades que nos permitieran centrarnos en la soberanía alimentaria, pues con la barriga llena el resto de transiciones, de desapegos, se harían más llevaderos. 

Sin embargo, el daño ya está hecho. Las personas más ignoradas y discriminadas por el sistema están viviendo ya las consecuencias de la crisis climática, el mundo que han habitado no volverá a ser el mismo quizás nunca. Las lluvias y sequías serán más largas e impredecibles y afectarán las siembras y cosechas. El hambre respirará en la nuca de todos, especialmente de los menos “civilizados”, los menos preparados para enfrentar la violenta reacción de un planeta intoxicado. 

Si hemos de creer que nos merecemos aún más tiempo para esa “transición”, entonces la cola de combustibles fósiles, aquellos que ya tienen toda la costosa maquinaria montada para su explotación, deberán destinarse a mejorar la calidad de vida de ese 50% de la población que no se benefició de la herencia pero que sí debe afrontar la decadencia causada por su mal uso. 

Una nevera alimentada con paneles solares, una pequeña máquina procesadora para excedentes agrarios, una deshidratadora de frutas… sumado a un sistema público eficiente de transporte masivo, en lugar de privados y pesados carros o camiones, pueden ser apuestas útiles para mínimas infraestructuras que mejoren la vida de comunidades o  familias en zonas apartadas.

De esta forma, las reservas finitas de combustibles fósiles y minerales que con angustia son contadas por la industria, ya no se acabarán en 9 años, sino que alcanzarán para 100 o 200, porque serán consumidas de manera austera, planeada y equilibrada para dejar una infraestructura común que beneficie a la especie humana a largo plazo, sin seguir pasando por encima de los ciclos naturales y del resto de seres vivos que habitamos el planeta. 


Referencias:

Church, J. A. & White, N. J. (2011). Sea-Level Rise from the Late 19th to the Early 21st Century. Surveys in Geophysics, 32(4-5), 585-602.

Urrutia Vera, K. (2021). La inversión extranjera directa China en el sector del litio chileno: el caso Tianqi. https:// repositorio.uchile.cl/handle/2250/184411

 

Este artículo hace parte de la revista Voces por el Clima No 2. Perspectivas desde la sociedad civil en torno a la transición energética popular y la justicia climática en Colombia